Espacios de memoria: refugio de recuerdos colectivos
- Grace Wahnish
- 25 feb 2019
- 11 Min. de lectura
“... El que controla el pasado, controla también el futuro.
El que controla el presente, controla el pasado.
Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza,
nunca había sido alterado.
Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente
y lo seguiría siendo”
George Orwell
Pervivencia o muerte
La pregunta sobre la muerte es con seguridad una de las preocupaciones que prorrumpe con mayor insistencia en el pensamiento humano, atravesando todo el conjunto de prácticas rituales a lo largo de la historia. Sin embargo, en la actualidad, esto ha quedado reducido a una frívola expresión, sin luto ni duelo, desprovista del más mínimo atisbo de profundidad hermenéutica. La pregunta sobre la muerte parece haber desaparecido de nuestros debates, de nuestras conciencias y de nuestras perspectivas políticas. Esto pone de manifiesto la fuerza con que los factores característicos que definen a la modernidad tardía: el individualismo, la aceleración de la historia y la retracción del espacio, han penetrado en la sociedad y en la cultura.
Aun así, no deja de ser evidente que es en la reflexión sobre la muerte y en la comprensión de nuestra irremediable finitud donde nos chocamos de frente con la condición débil de nuestro ser. Esta sociedad, embarcada ya en un viaje desenfrenado y tal vez sin retorno hacia la multiplicación infinita del poder, del consumo y del capital, desvía su mirada hacia otro lado. Pese a ello, lo cierto es que estamos inexorablemente subordinados a lo temporal y en ese derrotero buscamos afanosamente la manera de persistir.
Para Andreas Huyssen, la aceleración de los cambios y el estrechamiento de los horizontes de tiempo y espacio producen una gran paradoja: cuanto más prevalece el presente del capitalismo consumista avanzado por sobre el pasado y el futuro, cuanto más absorbe el tiempo pretérito y el porvenir en un espacio sincrónico en expansión, tanto más débil es el asidero del presente en sí mismo, tanto más frágil la estabilidad e identidad que ofrece a los sujetos contemporáneos (HUYSSEN 2001). En un presente que ya no existe más que como presente expandido y proyectado, donde se persigue fatigosamente un futuro que se escurre, todo movimiento sólo puede consistir en avanzar, pero sin saber con claridad hacia dónde.
En la medida en que nos enfrentamos a los procesos reales de comprensión del tiempo y del espacio, se nos pone en juego la necesidad de buscar asegurarnos alguna forma de permanencia. Este insoportable vacío al que alude la noción de la muerte se convierte en uno de los retos más difíciles que afronta la vida consciente. Desde el comienzo de la humanidad, su ritualización ha sido un recurso imprescindible para aceptar este trance y dar sentido a la vida. Homenajeamos en nuestra tradición popular a los muertos, a los propios y los ancestros. La conexión entre los vivos y los muertos, la permanencia de los familiares desaparecidos, marca el ciclo de la vida como una espiral infinita, sitúa a cada individuo en el hilo del tiempo, en su condición de ser de la historia, lo que implica un permanente movimiento de muerte y regeneración, de pérdida y construcción, de extinción y novedad. En cualquier caso, pese a que lo ritual se asocia principalmente a la noción de fidelidad a un pasado mítico sacralizado, la mirada puesta en el futuro es lo que parece definir la ritualidad actual.
La historiadora Carol Duncan hace hincapié en la semejanza que ella observa entre las edificaciones de los antiguos templos y muchos de los más importantes museos de la actualidad, y sostiene que es el anhelo de contacto con un pasado idealizado lo que está en la esencia original, no solo de los museos sino de muchos otros tipos de construcciones de uso ritual (DUNCAN 2007).
Si asumimos que los museos sirven a su vez como artefacto cultural, tal como ella también expresa, les estamos otorgando en consecuencia la categoría de institución legitimadora. Es desde esa misma perspectiva, desde donde podemos visualizar con claridad que una de las misiones que a los museos les es asignada, es la de inculcar valores y creencias, dirigidos a la construcción e implantación de un imaginario social, sexual y político sobre el que descansan las relaciones de poder hegemónicas.
La denominación de artefacto cultural para referirse a los museos aparece en Duncan tras un profundo análisis que le ha llevado a concluir que estos espacios no se reducen a meros refugios neutrales y transparentes para el arte, sino que representan mucho más que eso. Los museos de las grandes ciudades, se han convertido en elementos indispensables para la articulación entre lo público y lo privado, entre el mundo cultural y social, entre lo real y lo imaginario. Para Duncan, sirvieron, sirven y servirán a la instalación y reafirmación de las relaciones de poder, y representan estructuras jerarquizadas pertenecientes al dominio de lo político, que operan dentro de límites muy bien establecidos, llevando a cabo amplias y profundas tareas de transformación ideológica; de lo que se deduce que su supuesto halo de libertad es puramente ilusorio.
Llegados a este punto, es oportuno citar al pensador alemán Theodor W. Adorno, quien considera la palabra alemana Museal en connotación negativa, haciendo referencia a que los objetos que en él se exhiben no mantienen una relación vital con el observador. Relaciona así los conceptos Museo y Mausoleo por algo más que una proximidad fonética, y pone énfasis en que esta mortalidad museal es el efecto inevitable de una institución atrapada en sus propias contradicciones.
Volviendo sobre los posicionamientos de Adorno y Duncan, podemos establecer una analogía en la homologación entre Museo y Templo para uno, y Museo y Mausoleo para el otro: ambos conectan con la noción de un más allá vinculado siempre con la idea de la muerte. Es a partir de la Ilustración que éste más allá se despoja de su anterior carácter teológico apoyado en la promesa de una redención eterna del alma, para dirigirse directamente a apuntalar la idea del progreso como único motor de la historia.
Hace dos décadas, el antropólogo francés Marc Augé acuñaba el término no-lugar para referirse a cierto tipo de espacios públicos de tránsito y circulación, desprovistos de identidad (AUGE 1993). En su reformulación actual, estos no-lugares no podrían existir en un sentido absoluto, pues lo que significa un no-lugar para algunos puede representar un lugar para otros. A partir de esta revisión, la noción de no-lugar adquiere para el autor una mayor complejidad.
En la medida en que los espacios de consumo y circulación se siguen multiplicando, la deshumanización de los ámbitos de encuentro y confluencia también crece proporcionalmente. El surgimiento de un nuevo sujeto desconectado, narcisista y solitario, parece estar relacionado con esta deriva. En el no-lugar, la dimensión simbólica del espacio y del tiempo se desvanece. Hoy Augé definiría el no-lugar como el contexto de todo lugar posible.
La noción de no-lugar, aparece también en Brian O’Doherty, pero desde una perspectiva distinta. Este investigador irlandés llega por otros caminos a conclusiones análogas a las de Carol Duncan, al encontrar una equivalencia entre los museos y las cámaras funerarias egipcias, cuyo objetivo era el de suprimir la conciencia del mundo exterior y simular la ilusión de una presencia sobrenatural perpetua. Ese más allá, esa sensación de eternidad que los museos buscan transmitir, hace que el espacio expositivo se asemeje al limbo: se tiene que haber muerto para estar en él (O´DOHERTY 2000:14). Este ámbito segregado constituye para O´Doherty una especie de no-lugar o de ultraespacio, donde queda anulada simbólicamente la matriz espacio-tiempo de lo que lo rodea: todo lo que entra en el Museo muere, incluso el observador.
Desde esta inquietante perspectiva, el Museo no representaría ya el ámbito protegido y blindado donde las cosas se ponen a salvo del olvido y de la muerte, sino que sería él mismo quien consuma el asesinato.
Memoria y Olvido
En Andreas Huyssen aparece como idea central, la persistencia. “El tema no es olvidar o recordar sino más bien cómo recordar y cómo manejar las representaciones del pasado recordado”. El crítico alemán realiza una profunda indagación sobre la estructuración de la memoria y de la temporalidad en nuestros días y se pregunta, por qué la actual obsesión con el pasado y por qué el miedo al olvido, el miedo a que las cosas devengan en obsoletas y desaparezcan. Recordar como actividad vital humana define nuestros vínculos con el pasado, y las vías por las que nosotros recordamos nos definen en el presente como individuos e integrantes de una sociedad (HUYSSEN 2001). Necesitamos el pasado para construir y anclar nuestras identidades, y alimentar una visión de futuro.
Para Huyssen, el ejemplo más representativo de la actual obsesión por rememorar acontecimientos traumáticos, es el holocausto. Esto confirma para él la existencia de un profundo pánico general al olvido, y en este sentido se pregunta ¿Es el miedo al olvido el que dispara el deseo de recordar o será a la inversa? (HUYSSEN 2001). Su hipótesis es que la sociedad intenta contrarrestar este miedo al olvido por medio de estrategias de supervivencia, basadas en la construcción de dispositivos públicos y privados de memorialización.
No podemos olvidar tampoco que la multiplicación de espacios museales a partir de la década de 1980 a nivel mundial, como lugar de conservación elitista, bastión de la tradición y la alta cultura, ha ido acompasando a la actual expansión de la industria del turismo. Los cambios acaecidos a nivel social parecen haber tenido un impacto profundo en la política de la exhibición y la contemplación. Esto dio paso al museo como medio de masas, como marco de mise-en-scène espectacular y a la exuberancia operática (HUYSSEN 2001).
Esto explicaría de forma parcial por qué ha tenido éxito la musealización del pasado. Según Huyssen, las prácticas museísticas, se fueron adecuando a los gustos y preferencias de sus visitantes, más próximas a una contemplación superflua que a una búsqueda de conexión y aproximación a contenidos culturales profundos, lo que él denomina experiencia enfática (HUYSSEN 2001). Si bien la diversión y el entretenimiento son ejes que se asocian cada vez más con los servicios que el museo provee, es imprescindible que éste nunca deje de tener en cuenta los contenidos y competencias que atañen a su misión social y cultural. En cualquier caso, por mucho que el museo se proponga inducir una lectura por medio de una organización de contenidos, siempre habrá un excedente de significado que sobrepase las fronteras ideológicas, dejando un resquicio para la reflexión y el libre análisis.
No ajena a las políticas internacionales de proliferación de de sitios de la memoria, de la mano de la globalización y su actual expansión, durante fines de los años 90 se inició el proyecto de la construcción de un Parque de la Memoria, monumento promovido por un conjunto de organizaciones de Derechos Humanos, que reclamaban un espacio con el objetivo se incorporar, desde la circulación urbana, un dispositivo que active y construya un relato global en torno a nuestro oscura historia reciente, homenajeando a las víctimas de la violencia de estado..
Se construye sobre un predio de 14 hectáreas a lo largo de la costa del Río de la Plata, detrás de la Ciudad Universitaria. El Parque de la Memoria fue concebido como el primer espacio de conmemoración en nuestro país, erigido en un sitio no testimonial, y formó parte de estrategias políticas de visualización de la represión política y el genocidio llevados a cabo durante la dictadura militar.
El Monumento está compuesto por cuatro estelas de hormigón que contienen treinta mil placas de pórfido patagónico grabadas con los nombres de las víctimas de la violencia ejercida desde el Estado. Los nombres se encuentran ubicados cronológicamente, por año de desaparición y/o asesinato, y por orden alfabético. Asimismo, se indica la edad de las víctimas y se señalan los casos de mujeres embarazadas.
Para Huyssein los debates sobre la memoria nacional siempre están atravesados por los efectos de los medios globales y por su foco en temas como el genocidio y la limpieza étnica, la migración y derechos de la minorías; la victimización y la imputación de responsabilidades, más allá de las diferencias entre la Alemania de posguerra y Sudáfrica, la Argentina y Chile, el ámbito político de las prácticas de la memoria sigue siendo nacional, no posnacional o global (HUYSSEN 2001 21).
Pierre Nora, en los años ochenta acuñaba la noción de lugar de memoria para designar los espacios donde se cristalizan y refugian los recuerdos colectivos. Dicho historiador francés sostiene que la acelerada proliferación de museos en la actualidad estaría operando como una búsqueda de reparación de la pérdida de la tradición viva.
En relación a estos posicionamientos, en los que olvido y memoria son definidos como antagonistas, cabría puntualizar que no necesariamente lo que se opone a la memoria es el olvido: más apropiado sería considerar al olvido como parte consustancial de la memoria. Jorge Luis Borges alude a esta paradoja en su cuento Funes el memorioso, donde muestra el carácter monstruoso que tendría la imposibilidad del olvido para el ser humano. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos (BORGES 1944).
Byung-Chul Han hace hincapié en el afán compulsivamente exhibicionista del capitalismo: el capitalismo agudiza el proceso pornográfico de la sociedad en cuanto lo expone todo como mercancía y lo entrega a la hipervisibilidad (HAN BYUNG-CHUL 2013:32). En relación con esta cita en la que el autor pretende dejar al descubierto la contracara de la palabra transparencia en el discurso político y mediático de la era de la globalización, se podría establecer un paralelismo entre las nociones de olvido y velo. El olvido es a la memoria lo que el velo es a la imagen: una imagen desprovista de todo velo, de todo misterio, pierde su belleza y se vuelve pornográfica.
El cosmopolitismo fue desvirtuando el propósito inicial de los museos, en su origen marcado por la conservación y exhibición de patrimonio material local. Pero la necesidad de enriquecer la descripción de los objetos que lo componen, incluyendo contextos semánticos y simbólicos, no solo involucra una reformulación espacial, sino que vuelve imprescindible la incorporación de dispositivos de información tan básicos como complejos: visuales, auditivos, olfativos y otros.
Para Ticio Escobar los espacios neutrales del museo se han convertido en espacio de representación de nuevas elites post industrialistas o en un ámbito de entretenimiento masivo (ESCOBAR 2012). Sin embargo para Andreas Huyssen la globalización de la memoria opera en dos sentidos antagónicos que ilustran lo que él denomina la paradoja de la globalización. Huyssen observa que la dimensión totalizadora del discurso del holocausto pone el acento sobre lo particular y lo local. El holocausto pierde su calidad de índice como acontecimiento histórico específico para pasar a funcionar como una referencia universal.
Ann Marie Guash sugiere que la memoria de una sociedad es negociada en el seno de sus creencias y los valores de sus rituales. En la actualidad son las instituciones del cuerpo social dedicadas a la memorialización, como los museos, los memoriales y los monumentos, quienes asumen cada vez con mayor exclusividad esta función (GUASH 2005:157-183). Uno de los desafíos de los proyectos memoriales, como es el caso del Parque de la Memoria en Buenos Aires, es conseguir que la historia no se reduzca a hechos encerrados en el pasado, sino que pueda ser comprendida en sus articulaciones con la del presente. Si dicho objetivo se alcanza, estos sitios se convierten en ámbitos de memoria activa y recogimiento, capaces de convocar a la ciudadanía a la reflexión, tal como propone Huyssen.
Consideraciones finales
La muerte significa mucho más que el fin material del ser vivo. Para la conciencia representa la finitud, la decadencia, la huella del tiempo en cada uno de nosotros. Si la muerte le da sentido a la vida, la búsqueda de la pervivencia le estaría otorgando al museo su función estructural. En este momento crítico de la historia nos encontramos con un nuevo escenario global en que las instituciones museales deben lidiar con su vocación primigenia de promover valores estéticos y éticos, a la vez que se ven forzadas a complacer los intereses del marketing, el capitalismo expansivo y el mercado global. Por otro lado, no hay que olvidar las diversas demandas a las que deben ajustarse los Museos de Arte, doblemente forzados desde las propias exigencias de su especificidad, y las de sus visitantes.
En este sentido cabe preguntarse: ¿cómo posicionar a los museos y memoriales en este nuevo contexto? ¿cuáles serían las estrategias más adecuadas para adaptarse a esta nueva forma de gestionar la información? ¿qué diálogo debe establecer el museo con el público? Frente a esta coyuntura, resultaría imprescindible que las instituciones museales supieran repensar su función, reinventándose y modificando el modo de interactuar con sus visitantes actuales y futuros.
Bibliografía
AUGE, Marc
1993 Los no lugares. Espacios del anonimato (Antropologia sobre la modernidad) Barcelona, España: Editorial Gedisa
BENJAMIN, Walter
1982 La obra de arte en la era de su reproducción técnica, en Discursos Interrumpidos. Madrid, España: Ediciones Taurus
BORGES, Jorge Luis.
1944 Ficciones Buenos Aires, Argentina: ediciones Emecé
BYUNG CHUL HAN
2013 La sociedad de la transparencia. Buenos Aires, Argentina: Herder Editorial,
DUNCAN, Carol
2007 Rituales de Civilización. Traducción de Ana Robleda. Murcia, España: Edición Murcia
ESCOBAR, Ticio
2012 El arte en su conocimiento Global: El Museo ante la ruina. Edición Javier Arnaldo
GUASH, Anna Maria.
2005 Los lugares de la memoria: el arte de archivar y recordar. Barcelona, España: Materia 5
HUYSSEN, Andreas
2001 En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización Buenos Aires, Argentina: Fondo de cultura económica
O´DOHERTY, Brian
2000 Dentro del Cubo Blanco, la ideología del espacio expositivo. Murcia, España: Centro de Documentación y estudios Avanzados de Arte Contemporáneo
ORWELL, George
1949. 1984. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Editorial Austral
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