Sobre Materia y Espíritu
- Por Grace Wahnish. Buenos Aires, Enero 2019
- 29 ene 2019
- 4 Min. de lectura

“La partícula cósmica que navega en mi sangre
Es un mundo infinito de fuerzas siderales.
Vino a mí tras un largo camino de milenios
Cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire”.
Tiempo Del Hombre (poema)[1]. Atahualpa Yupanqui
“Si quieres encontrar los secretos del universo,
piensa en términos de energía, frecuencia y vibración”[2] Nikola Tesla
Preguntarnos sobre la materialidad de los objetos artísticos propios de las Artes Visuales, estableciendo una distinción respecto de la Música, a la cual percibimos desprovista de toda materialidad, debería llevarnos primero a despejar ciertos interrogantes en torno a "qué es la Materia", de qué estamos hablando cuando hablamos de Materia, cómo interactúa ésta con la Energía, y cómo ambas se desarrollan y evolucionan dentro de los límites que establecen las magnitudes Tiempo y Espacio.
A decir verdad, la ciencia moderna no puede definir con claridad ninguna de estas cuatro nociones: Tiempo, Espacio, Materia y Energía. Justamente los cuatro pilares fundamentales sobre los que se edifica toda la realidad tangible, siguen siendo un misterio para la ciencia. En un momento en que la Física se encuentra empantanada entre la Teoría de la Relatividad de Einstein y la Teoría Cuántica de Planck (3), ambas herederas directas del sistema filosófico materialista, no estaría nada mal salirse un poco del guión y volver sobre los antiguos textos sagrados, los cuales parecen atesorar, en forma de código secreto, un conocimiento profundo sobre las leyes que rigen el Universo y sus criaturas.
Byung Chul Han afirma (4) que “El mundo mítico está lleno de significado. Los dioses no son otra cosa que portadores eternos de significado. Éstos narran la relación entre las cosas y los acontecimientos. El mundo se puede leer como una imagen”. Nos permitiremos pues, en este análisis, dirigir nuestra mirada hacia ciertos elementos trascendentes de la tradición espiritual hindú.
“El ser que piensa el mundo se halla fuera del espacio y del tiempo; incognoscible, imperceptible, inactivo, inexistente. Está más allá del número; no es ni uno ni varios. Se encuentra más allá de la existencia” afirma Daniélou. “Todas las apariencias del Mundo no son, en realidad, más que combinaciones, más o menos inestables, de tensiones, de vibraciones energéticas. La Materia no es más que una apariencia.”
Shiva forma parte de la Trinidad que representa el Absoluto Inmanifiesto, encabezado por Brahma, el creador, y seguido por Vishnu, el preservador. Desde esta cosmovisión se sostiene que esta deidad trina, tiene el control de la Creación, el Mantenimiento y la Destrucción, consideradas las funciones básicas del equilibrio del universo.
Shiva danza y toca un pequeño tambor con forma de reloj de arena, y en ese eterno frenesí, crea el Devenir. Desde un perpetuo presente, empuja el Tiempo hacia adelante por medio de su música y su danza. Destruye y construye a la vez, dejando atrás la estela desdibujada del pasado y abriéndose paso en un camino espacio-temporal que se funda a cada instante y con cada golpe de su tambor. Shiva crea la Realidad de las apariencias, la realidad en la que nos movemos y transitamos como criaturas atadas al Tiempo y al Espacio, la realidad de las magnitudes, del número, de lo que nace, crece, marchita y muere. Shiva es el punto de inflexión entre el mundo espiritual sin tiempo, sin espacio, sin materia y sin energía, y el mundo de la manifestación, el mundo de los mortales.
Si observamos con detenimiento, veremos que aquí Tiempo y Espacio, no aparecen como meros contenedores vacíos de eventos o cosas, tal como nos lo presenta la Física Moderna, sino que estas dos magnitudes se crean a cada instante a partir de un Eterno Presente, y con ellos la Materia y la Energía.
Este mundo del acontecer y de la apariencia dura y tosca de la materia, este mundo del que formamos parte como seres singulares, transporta la esencia perpetua de El sueño de Brahma, el Espíritu que recorre toda la Creación, la Música de Shiva, el Aroma del Tiempo.
León Tolstói, en su libro “Qué es el arte”, concibe a éste como medio de comunicación equiparable a la palabra, de la cual se diferencia por el contenido transmitido, pues para él, mientras la palabra transmite sólo pensamientos, el arte transmite sentimientos y emociones. Sin embargo, para que esta transmisión se realice, el arte debe poseer un elemento contaminante. Este contagio artístico depende de tres criterios que Tolstoi identifica como: la singularidad, la claridad y la sinceridad. Así pues, si Tolstói acierta al decir que el arte verdadero debe permitir un contagio de los sentimientos y emociones del artista al espectador, podemos pensar que cuando nos sentimos conmocionados en la contemplación de una obra, una escultura de Constantin Brancusi, la Cúpula de Filippo Brunelleschi o cualquier otra, estaríamos ante una resonancia entre almas; almas que acaso comparten una memoria ancestral que súbitamente se activa y nos atraviesa como un rayo. La inmaterialidad del otro que golpea sobre nuestra propia inmaterialidad.
Al fin y al cabo, no somos más que criaturas atadas al tiempo, al espacio, a la materia y a la energía; y con nuestro obrar no podemos más que jugar con estos cuatro elementos. Mientras el músico trata con los sonidos y los silencios, el artista de lo visual se ocupa de la luz y de la oscuridad. No hay diferencia entre ambas disciplinas: estamos en ambos casos ante vibraciones de la materia acotadas a un tiempo y un espacio determinados.
La pregunta no es por la materialidad o la inmaterialidad de las Artes Visuales o de la Música. La pregunta es por qué lloramos.
[1] https://www.vagalume.com.br/atahualpa-yupanqui/tiempo-del-hombre-poema.html
[2] https://www.youtube.com/watch?v=jBpJTB1kvmw&feature=youtu.be
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Constante_de_Planck
[4]Byung-Chul Han. El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse.Hender Ediciones, Buenos Aires 2108.
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